lunes, 22 de marzo de 2010

Independencia o neutralidad: el desarraigo histórico de cierto progresismo.


El pasado 16 de marzo, estaban invitados al programa 678 que se emite por Canal 7 TV Pública, Ricardo Foster y Julio Raffo. El primero de ellos como es sabido, es referente del espacio Carta Abierta, el segundo, es legislador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por Proyecto Sur.
En el marco de amplitud que ofrece el programa, se desarrolló una confrontación, no de ideas, sino de posicionamientos políticos frente al gobierno y la consolidación del Proyecto Nacional y Popular.
No es que faltaran en las diferentes intervenciones las ideas, sino que estas, podrían verse y hasta sentirse como complementarias en el ámbito de la filosofía política que ambos profesan, el progresismo, por más que Raffo en algún momento apelara a la utopía como marco referencial y Forster fuera más preciso en la definición de un Proyecto Nacional de matriz Popular.
Pero es justo en el final del programa, donde cada invitado ofrece un cierre o conclusión, donde emerge lo naif de un progresismo que hoy ha extraviado el rumbo.
El punto de cierre se centraba en la designación de Mercedes Marcó del Pont al frente del BCRA. Forster sobre el andamiaje curricular de Marco del Pont, destacaba su historia política, su compromiso militante y los espacios en que había participado en el marco de la resistencia al modelo neoliberal así como a un ideario de corte nacional y productivista. Todos elementos, juzgaba el intelectual, que en la historia de la institución BCRA, nunca habían estado presentes en la máxima conducción de la entidad.
El cierre de Raffo, estuvo referido más o menos a que, la elección de Marcó del Pont se resolvería en al ámbito del Congreso y que por la positiva a la designación o la negativa a esta, para el gobierno no se terminaba el mundo, y que se deberían respetar los marcos democráticos.
Es sobre esta definición donde queremos detenernos.
La primera, es el condicional que emplea el legislador porteño, como si este gobierno alguna vez no hubiera acatado el fallo democrático, lo hizo en las elecciones, en todas; pero, y para que no le queden dudas a Raffo, lo hizo frente a la disputa de la 125, cuando la derrota fue hija putativa de una flagrante traición.
Pero en todo caso y lo más preocupante, es el corrimiento de este progresismo hacia un posicionamiento y acción política otrora patrimonio de ese liberalismo exasperante, que en el marco de las instituciones conformadas a tal fin, terminaban por configurar un país para pocos y con millones de excluidos.
Es un tanto paradigmático que ese progresismo adhiera, en pos de sus objetivos políticos, a eso que Atilio Borón denomina, “fetichismo democrático”. Y es que se puede reconocer como una de sus características la independencia de criterio que ha profesado el progresismo en su pensamiento, lo que no se admite es una pretendida neutralidad frente a la situación del BCRA y la designación de Marco del Pont.
Tal vez es por ello que para Raffo es más fácil arraigar en la utopía, antes que en un pensamiento que tenga en su centro la cuestión nacional, con todas las contradicciones de que es portadora, pero que sin dudas es superadora de la condición de país semi-colonial sometido al manejo del FMI y las potencias imperiales que vivimos en la década del ’90.
Y seguro para Raffo y cierto progresismo, exige menos compromiso en el día a día, proclamar la democracia de las instituciones democráticas, que reconocer que también es democracia redistribuir la riqueza como lo son los aumentos salariales y previsionales, la jubilación para el ama de casa, la asignación universal a la niñez, la recuperación de empresas privatizadas, el incremento del presupuesto en educación y ciencia, la inversión pública, o la construcción y desarrollo en el marco regional de instancias como el Mercosur, Unasur o el Banco del Sur.
Porque si fuera así y tal lo plantea este utopista, una democracia devenida en abstracto no le serviría a nadie, salvo a la preservación del status cuo de una clase dirigencial, pero de la que sin duda se servirán los poderes fácticos para terminar con la única experiencia política que en los últimos 30 años, se ha atrevido a ponerle límites.

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